19 enero, 2010

XI PREMIO MEDIEVALISMO DE LA SEEM

10th Prize Medievalism of de SEEM (Spanish Society of Medieval Studies). 2009
Xéme Price Medievalisme du SEEM (Societé Espagnole d'Études Medievalistes). 2009
La Sociedad Española de Estudios Medievales (SEEM) anuncia en su último boletín que se ha concedio el premio Medievalismo, al estudio realizado por Leticia Agúndez San Miguel (Universidad de Cantabria), titulado:
  • "Escritura, memoria y conflicto entre el Monasterio de Sahagún y la Catedral de León: nuevas perspectivas para el aprovechamiento de los falsos documentales (siglos X a XII)".
Este premio está destinado a potenciar la investigación de los jóvenes medievalistas.
La SEEM anuncia que el trabajo será publicado en el siguiente número de la revista Medievalismo.
Felicitamos a la autora.
Alfonso Sánchez Mairena
Editor de Cartularios Medievales

18 enero, 2010

LA PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE LIBROS EN EL IMPERIO ROMANO

Production and Trade of Books at the Roman Empire Age.
Production et commerce de Livres dans l'Empire romain.
Buchverlag und Buchvertrieb im Römischen Reich.


La producción y distribución de libros en el Imperio Romano

El mundo editorial no es una invención del mundo contemporáneo, ni siquiera de la Edad Media, surge en la Antigüedad Clásica como respuesta a una necesidad demandada por la sociedad, la necesidad de leer tanto por motivos profesionales como por el gusto a la lectura.

La edición se compone de distintos elementos como son los autores, los editores, los clientes y el libro en sí mismo; estos son algunos de los elementos que se analizarán a continuación centrándonos en los lugares donde más información se puede encontrar, que son Roma gracias a las fuentes clásicas, y Egipto, por medio de los papiros encontrados en la arena del desierto.

1. FORMATO DE LOS LIBROS

El material de escritura por antonomasia de la Antigüedad fue el papiro, material elaborado a partir de la planta del mismo nombre y que adoptaba la forma de rollo. Esta planta crecía en varios lugares como Mesopotamia, Siria o Sicilia, pero fue en Egipto donde se le dio el uso como materia escritoria ya desde el tercer milenio a.C. como muestra un papiro encontrado en una tumba egipcia de la primera dinastía lamentablemente sin contenido; más tarde fue adoptada por los paises cercanos e Egipto; posteriormente se usó el papiro por los reinos helenísticos y con el paso del tiempo, al entrar Roma en contacto con estos reinos y al ser absorbida culturalmente por ellos, el rollo de papiro entra en uso, recibiendo el nombre latinizado de volumen, del verbo volvere, enrollar.

Ante la enorme cantidad de documentación escrita que se produjo en Roma tanto a nivel oficial como privado, ya desde la época de los Ptolomeos se generó el comercio del papiro con Egipto, donde este abundaba. Según testimonios de Plinio había varios tipos según su calidad, forma y procedencia.

Otro tipo de soporte ampliamente utilizado lo constituyeron las tablillas de madera las cuales podían ser de dos tipos, de cera, llamadas en este caso tabullae ceratae, formadas por una madera cubierta con una fina capa de cera que se solían utilizar para tareas administrativas y contables y otras tablillas de madera lisas sobre las que se escribía con tinta. Además se utilizaban unas hojas de madera finas que se podían plegar sobre las que se escribía también en tinta.

Un buen número de tabullae ceratae todavía con inscripciones se ha encontrado en Pompeya, mientras que las hojas de madera han sido halladas sobre todo en el norte de Britannia, en Vindolanda. Este tipo de material, fácil de elaborar y barato, se usaría para escribir documentos comunes, como correspondencia, en aquellas partes del Imperio alejadas de las zonas de producción y comercio del papiro.

Las tabullae se podían unir perforándose por un lado y uniéndolas con una cadena, llamándose entoces pinax o codex y si eran de pequeño tamaño se llamaban codicilli; las caras exteriores se dejaban en blanco o se podían recubrir con piel y servían de cubierta.

Estas tabullae ceratae se usaban para escribir cuentas, correspondencia o notas.

Como ya hemos comentado, a la unión de varias tablas se les llama códices que con el tiempo se convertirán en modelo para unir tanto hojas de papiro como posteriormente de pergamino; los primeros aparecen ya en el siglo I d.C., Marcial comentaba que aportaban la novedad de poder leerse “con una sola mano”.

A partir del siglo I d.C. aparece el códice de pergamino como nuevo soporte para escribir libros aunque hay constancia del uso del pergamino como soporte para correo con anterioridad; este soporte va ganando en uso con el tiempo, según se ha comprobado por los códices que se han conservado en Egipto, pudiéndose afirmar que en el siglo IV d.C. los rollos de papiro apenas llegan a ser el 20% de los soportes hallados.

Sobre las causas que motivaron el desarrollo del códice de pergamino hay una leyenda al respecto. Según la tradición, Ptolomeo III Evergetes intentó detener el desarrollo de la Biblioteca de Pérgamo, competidora de la Biblioteca de Alejandría, prohibiendo la venta de papiro, lo cual debió haber incentivado el desarrollo del pergamino, pero esto es solo una leyenda,

Heródoto también cuenta sobre el origen del pergamino que los jonios usaron los rollos de piel al escasear el papiro, lo que si parece situar el inicio del uso de este tipo de soporte en esta región.

Como ventajas el códice ofrecía las dos caras para poder escribir y por lo tanto cabía mayor contenido, y era más facil encontrar un pasaje completo si se quería hacer una referencia expresa, pero a diferencia del papiro, presentaba una serie de inconvenientes como que es muy difícil de elaborar y por consiguiente era más caro, por lo que desde el siglo IV se usa sobre todo en libros de lujo y no en documentos de carácter administrativo o privado; algo que sí ocurrirá tras la conquista de Egipto por los árabes.

2. CLIENTES

En una sociedad agraria como lo era el Imperio Romano, en el mejor de los casos el porcentaje de población que recibió algún tipo de formación no pasaría del 30%, mientras que el resto estaría formado una gran masa social rural y semi-analfabeta

A lo largo del S.I a.C. apareció en las grandes ciudades de provincias una masa social de escasos recursos, como los artesanos o comerciantes, que recibió algún tipo de educación por parte de gramáticos e incluso retores; este grupo estuvo interesado en leer y estudiar, en aprender literatura; son, según Cicerón, lectores poco cualificados que tienden a leer obras de carácter histórico, literatura de panfletos, erótica o novelesca, pero son lectores que demandan libros y se convierten en potenciales clientes

Pero quienes demandaban mayor cantidad de libros en el Imperio Romano eran aquellos ciudadanos que necesitaban de los textos para recibir una formación en regla; a estos habría que sumar a aquellos que desarrollaban gusto literario, como podían ser los funcionarios de la burocracia imperial y la administración pública local.

En el Imperio Romano no había un sistema educativo ordenado y dirigido por el Imperio, sino que quedaba a iniciativa de las posibilidades de cada uno; aquellos que podían sufragar los gastos iban a escuelas, que se elegían según el prestigio del docente; una primera enseñanza la impartía el magister, paedagogus o grammatodidaskalox en la escuela o ludus a los niños, quien enseñaba los conocimientos elementales, como componer silabarios o leer textos sencillos; entre los textos que leían y escribían en cualquier parte del Imperio podemos constatar tanto por los restos encontrados, como por las referencias que nos dan los autores, La Eneida de Virgilio. En Hispania hay inscripciones que constatan la presencia de pedagogos, como Istoricus en Astigi (Écija) y Auctus en Abdera (Adra).

Una vez pasada esta enseñanza inicial el gramático o grammatikoc, profundizaba con los estudiantes en los textos, leían y escribían con más fluidez y practicaban con textos literarios como Homero y Eurípides. En Hispania tenemos constancia de varios gramáticos, como L. Ael[ius] Caerialis en Saguntum, o Philodamus en Augusta Emerita.

El nivel superior de la enseñanza a la que se podía aspirar era la retórica, impartida por el retor u orador, quien era una figura respetada y la mejor pagada entre los docentes, tanto mejor cuanto más conocido fuera; su valía como buen docente dependía entre otras razones de los libros que pusiera en circulación, como comenta Isócrates: “Cuando estas obras fueron escritas y puestas en circulación, conseguí una amplia reputación y atraje muchos discípulos”.

La retórica proporcionaba la capacidad de poder hablar en público correctamente y estaba ligada con la historia, filosofía y sobre todo la política, por lo cual era fundamental para ingresar en los puestos de la administración. Los retóres solían estar situados en ciudades importantes aunque han llegado textos hasta nosotros que nos muestran que la movilidad de los retores era muy elevada. En Gades hallamos a Troilus, rhetor graecus.

Esta división entre los docentes, al no haber un sistema educativo oficial y una red de escuelas regulada en el Imperio Romano, tanto en las provincias latinas como en las helenizadas, no es tan clara, por lo que las escuelas de gramática y de retórica a veces se confunden. En algunos papiros que nos han llegado, esto se demuestra al haberse reutilizado un mismo papiro por distintos estudiantes; en uno de ellos en concreto se contienen ejercicios de dos alumnos distintos, uno que apenas podía escribir mientras que el otro contiene textos de la Yucagwgoi de Esquilo. Lo que sí se puede afirmar es que los textos que se enseñaban en escuelas de cualquier parte del Imperio sí eran los mismos (Homero, Virgilio y Horacio por este orden).

Nos podemos hacer una idea de la cantidad de docentes y alumnos que había en el Imperio Romano tomando como ejemplo la villa de Perhemer en la provincia de Egipto donde residían unos 10.876 habitantes contándose entre ellos 24 docentes, 15 de ellos hombres.

Los estudiantes que tomaban clases de gramáticos y retores necesitaban para su formación textos que podían ser comprados o copiados. Libanius, en el S.IV d.C., afirma que en Antioquia era normal que los estudiantes compraran libros; mientras que en Oxyrhynco se han encontrado textos que con toda seguridad no son copias realizadas por copistas profesionales, sino que son copias de particulares.

La pregunta que nos debemos formular sobre el origen de los textos de los alumnos es si estos eran comprados o copiados y en este último caso de dónde.

Los libros se podían comprar a los librarii en sus tabernae librariae o si eran itinerantes al pasar por la misma localidad, pero además existía el intercambio de libros entre amigos y conocidos.

Si el libro se copiaba, que era una solución habitual para los estudiantes, estos se solían obtener de la colección de algún conocido, así como de una biblioteca; sabemos de le existencia de bibliotecas en las ágoras donde se formaba a los estudiantes en las Provincias helenizadas del Imperio Romano. También podrían copiarse los libros que pertenecieran al docente; a este respecto, Estrabón comenta que Aristóteles fue el primer coleccionista famoso de libros y como él otros gramáticos y retores poseyeron buenas bibliotecas personales. Estas colecciones de libros serían el germen de las bibliotecas de las ágoras, y a su vez estas de las colecciones privadas.

También podía ocurrir que el texto proviniera de una biblioteca pública o privada; es posible que en algunas localidades hubiera bibliotecas públicas y que se prestaran libros que más tarde serían copiados.

Lo que se puede afirmar es que el lector, o el intelectual, si se daba el caso, era una persona que leía con asiduidad y cuyas necesidades eran constantes, tanto si podía permitirse los rollos o códices como si copiaba por sí mismos los textos.

Hasta ahora hemos tratado de los clientes potenciales del libro como individuos, pero a estos habría que añadir otro tipo de clientes, que serían las bibliotecas creadas tanto por emperadores como por miembros de las élites sociales que donaban bibliotecas como claro ejemplo de evergetismo.

Para analizar el efecto que las compras masivas de libros debieron haber tenido sobre el mercado librario, este se vió afectado positivamente con la creación de las bibliotecas de Alejandría y Pérgamo debido a la necesidad que estas tenían de adquirir libros para constituir sus colecciones, para lo cual se hicieron indispensables tanto los libreros que vendían los libros, como los copistas que los reproducían (aunque podían ser la misma persona).

Respecto a la biblioteca de Alejandría, sus encargados recorrían tanto los centros culturales (Antioquia, Atenas, etc.) como los comerciales del mediterráneo oriental (Palmira, Rodas, Delos, Zeugma, etc.) a la búsqueda de textos que consideraran de interés; en estas ciudades es probable que al igual que en Roma hubiera lugares concretos en el mercado donde se vendieran libros. A Ptolomeo Filadelfo se deben que la biblioteca se organizara y que la colección creciera siguiendo un plan organizado hasta llegar a los 400.000 rollos.

La otra gran biblioteca es la de Pérgamo, fundada por la dinastía Lágida y que debió contener unos 200.000 rollos. Más tarde surgieron nuevas bibliotecas que debieron ayudar a promover el comercio librario, como la de Rodas o la de Antioquía de Siria.

Esta enorme cantidad de rollos nos da una idea de la influencia que tuvieron las bibliotecas para incentivar el comercio ya que su demanda era grande. Los vendedores de libros se sentían atraídos pues se sabe que se ofrecía buen pago a quien vendiera a estas dos bibliotecas ; esto llevó al fraude al presentarse textos falsos o atribuidos a autores conocidos. Por todo ello, se hizo necesaria la autentificación de los textos antes de su adquisición.

En cuanto al desarrollo de las bibliotecas en Roma, al igual que en las provincias helenizadas del Imperio, se fundan por las dinastías reinantes y se suelen erigir cerca de un templo; encontramos la primera biblioteca pública en el año 39 a.C. fundada por Asinio Polión en el templo de la Libertad, in atrio libertatis. Poco más tarde el emperador Augusto funda en el 28 a.C. una en el el recinto del Porticus Octavia sobre el Palatino. Estaba compuesta por una sección griega y otra latina, estructura que se repetirá en otras bibliotecas. Los incendios en Roma y la consiguiente quema de bibliotecas obligaban a reponer los rollos quemados, tarea que pudo realizarse mediante compra, lo cual influía en la industria del libro, o mediante copia.

En las provincias del Imperio también encontramos bibliotecas, pero por desgracia no podemos saber el alcance de su desarrollo salvo por las fuentes escritas, ya que los restos arqueológicos encontrados no abundan. Polibio en el S.II a.C. cuenta que incluso en ciudades pequeñas las bibliotecas eran habituales. Pero Plutarco, quien vivió entre los siglos primero y segundo después de Cristo, se quejaba de que había pocas, siendo solo las ciudades grandes aquellas que están bien surtidas.

En Hispania no se han encontrado restos de bibliotecas.

De que hubo algún grado de desarrollo podemos estar seguros por una inscripción que refiere a un proc(urator) bibliotecarum que supervisaba el presupuesto de la bibliotecas imperiales.

Por el tamaño de las bibliotecas y por las fuentes, podemos determinar la cantidad de rollos que contenían:

Foro de Trajano: 20.000
Termas de Trajano: 20.000
Éfeso: 12.000
Atenas: 32.000
Nisa: 5.000
Thamugadi: 3.000

Estas cantidades nos dan una idea de su peso en el mercado del libro, al ser clientes con necesidad de adquirir libros en gran número que incentivaron tanto la producción de textos como la comercialización de ellos.

Sobre la relación de las bibliotecas y los centros educativos tenemos testimonios desde la época helenística en los que los gymnasia y los museos solían tener una biblioteca para la enseñanza de los efebos, como en Atenas o Alejandría.

3. AUTORES

Ya desde la antigüedad hubo quienes sintieron la necesidad de poner por escrito sus ideas en forma de libro para su posterior difusión.

Los motivos para querer poner un libro en circulación podían ser varios. Como ya indicamos anteriormente, un gramático o un retor adquirían renombre al escribir nuevas obras, lo que posibilitaba una remuneración más alta, como ya comentamos sobre Isócrates; Otra razón era escribir a cambio de un pago, como el caso de los dramaturgos; también se podían contratar obras a la carta; por ejemplo, tras la toma de Jerusalén se puso de moda en Roma leer sobre los judíos, para ello Epaphroditus contrató a Flavio Josefo para que escribiera obras sobre este tema. De esta forma escribió los veinte libros de las Antigüedades Judías alrededor de los años 93-94 d.C. Conseguir protección y convertirse en cliente de un buen patrón era otra de las causas por las que se podía escribir; un ejemplo es Horacio quien escribió un libro a Augusto para intentar conseguir ser subsidiario del emperador. Otro motivo sería el meramente estético, la escritura como acto de responsabilidad como es el caso de Frontino, quien escribió sobre ingeniería hidráulica

Para publicar una obra un autor tenía dos procedimientos; podía tener algún tipo de acuerdo con un librarius, que hacía las veces de editor y estuviera interesado en que se copiaran y vendieran sus obras; éste asumía el riesgo de producir copias de los escritos de ante mano en un número suficiente para poder llegar a los clientes y ponía los ejemplares a la venta; este sería el caso de Cicerón y Ático. La otra posibilidad consistía en que el mismo autor se encargara de que sus esclavos copiaran los textos. Posteriormente los podía vender o regalar a su círculo de amistades y también a las bibliotecas públicas. Respecto al primer caso hay que decir que los autores podían llegar a acuerdos con varios bibliopola, como es el caso de Marcial, quien tuvo acuerdos con Atrectus, Pollius Valerianus, Segundus y Tryphon.

Antes de escribir una obra, un autor debía tener acceso a libros para poder consultarlos y tomar notas y referencias, como explica Plinio, para escribir su historia Historia Naturalis tuvo que leer dos mil volúmenes; aquellos que se lo podían permitir empleaban esclavos o libertos en las tareas tanto de lectura, leyendo en voz alta, como de búsqueda de información tomando notas o escribiendo el texto al dictado,

Tras una primera escritura, el autor daba una serie de charlas, recitatio, en las que exponía su obra a un grupo selecto de invitados y analizaba las reacciones del público por si era necesario hacer mejoras en la redacción.

Una vez terminado el borrador del texto, se enviaba al editor quien lo revisaba y si era necesario se modificaba junto al autor; tras esto ambos daban el visto bueno para que los copistas los reprodujeran para su posterior venta. Tras la copia se producía la revisión de los textos efectuada por el corrector, que eliminaba errores de los copistas.. Un problema lo causaban los plagios, obras de autores conocidos que eran re-escritas por otros, plagiarii, apropiándose de su autoría, lo que daba lugar a múltiples versiones de las obras.

Sobre lo que podían ganar los autores no hay datos claros; se sabe que sólo se percibía si había un acuerdo con el librarius. En cuanto a lo que podía ganar un editor, tenemos la queja de Marcial quien afirma que Atico se enriquecía a su costa sin hacer nada.

La profesión de autor, si era la única que se ejercía, a menos que ocurriera un éxito como el de Flavio Josefo, una buena crítica de los escenarios para un dramaturgo o se ganara un buen patrono, conllevaba una vida muy dura.

4. LOS LIBREROS O BIBLIOPOLA

En la Antigüedad no había editores al uso, sino libreros que ejercían esta función, a estos se les llamaba bibliopola ó librarii.

La función de los bibliopola o librarii era la de copiar o mandar copiar textos que les entregaban los autores (o que ellos mismos compraban) para su posterior venta.

Alguno de estos autores habrían sido contratados para que escribieran sobre un tema concreto, como el caso anteriormente referido de Flavio Josefo; Como copistas a sueldo también podrían haber realizado copias de obras proporcionadas por los mismos clientes o a petición de ellos de una biblioteca; también podrían haber realizado previamente copias de una obra fácil de vender.

El lugar de venta de los libros eran las tabernae librariae. Estas tabernae disponían al lado de sus puertas carteles (pilae) donde se indicaban los autores cuyas obras estaban a la venta, al modo que las bibliotecas inscribian a sus entradas las listas de autores cuyos libros contenían.

Los librarii se especializaban en un tipo de lectura, dramaturgia, retórica, etc. Otra función de las tabernae librariae fue la de convertirse en lugar de tertulias y recitaciones donde se reunían intelectuales que leían en voz alta, debatían e interpretaban los textos de obras.

La producción libraria del Imperio se centraba en las grandes capitales, como Roma, Alejandría, Atenas, Antioquia y posteriormente Constantinopla, Cesarea o Berytus

Sobre las líneas de distribución no tenemos más que noticias aisladas; sabemos que a Roma llegaban todas las mercancías del Imperio y que desde allí se distribuía a otras provincias como Hispania o Africa; tenemos referencias de envíos de libros desde Egipto a Atenas

Para la realización de los encargos se priorizaban los grandes nucleos de población donde se podía hallar un número mayor de clientes potenciales y desde donde se facilitaban la distribución a ciudades más pequeñas.

En el caso de Roma, las librerías se encontraban cerca unas de las otras y concentradas en barrios de comercio intenso muy céntricos; Por Aulo Gelio y Marcial sabemos de la existencia de librerías junto al Vicus Sandalarius, al noroeste del Ara Pacis, donde todavía en el siglo II estaban la mayoría de ellas, como nos recuerda Galeno

5. LOS COPISTAS

Los copistas eran denominados de distintas maneras, librarius, scribae o kalligrafoc. Pero debemos aclarar que un librarius no tenía limitada su función a la mera copia de libros. Su función abarcaba tanto la de copiar cartas como la de actuar de secretario personal.Dentro del ámbito de nuestro estudio nos limitaremos a la función de los librarii como copistas y vendedores de libros.

Los copistas podían haber sido formados por un maestro. Que los copistas solían ser esclavos lo demuestra una epístola de Cicerón a su editor Atico.

Las noticias sobre los salarios que cobraban los librarii no abundan, aunque tenemos algunos ejemplos. El Edicto de Diocleciano promulgado en el 301 d.C., establece la tarifa máxima a pagar para las distintas profesiones. En cuanto a la copia de textos, se mencionan dos calidades para una sección de 100 líneas, Scriptori in scriptura optima [...] 25 (denarios) y Sequentis scripturae [...] 20 (denarios).

Todo esto nos sirve para calcular el coste de los libros, ya que al salario de los copistas había que añadirles los costes de la materia escritoria, unos 4 dracmas en Egipto en el S.I, los costes de la tinta así como el beneficio del vendedor.

Otros ejemplos de precios de libros nos los da Marcial, valorando un libro en edición de lujo en el siglo I en cinco denarios (veinte sestercios), una edición barata en cuatro nummi, y un original de autor, en este caso concreto Virgilio, unos veinte áureos (dos mil sestercios).

Aparte de los copistas profesionales existían otros copistas que copiaban ocasionalmente, tenían la adecuada formación y diversos motivos para copiar libros, por ejemplo un gramático o un retor que quisieran ganar un sueldo extra o simplemente adquirir una obra, un secretario al que se le encomendara este trabajo o los estudiantes o eruditos que copiaban como medio de adquirir textos para ahorrar en gastos o como ejercicio didáctico. Estos textos escritos se pueden diferenciar por una serie de características:

6. PROCESO DE PRODUCCIÓN


En Roma en el S.I a.C., Pomponio Ático, el editor de Cicerón, debió ser uno de los primeros editores, apareciendo en poco tiempo numerosos competidores.

El modo de comprar obras a un librarius no está completamente claro y podían darse dos posibilidades, o que el mismo librarius mandara realizar una tirada de ante mano según su propia estimación o que se realizaran copias por encargo de los clientes. Esto afectaba tanto a la tirada como al formato de los libros.

El primer paso a la hora de copiar una obra era calcular la cantidad de hojas de papiro que se iban a necesitar; el rollo medio comprendía unas 20 hojas, para ello el método más seguro era la esticometría, contar las líneas de las que se componían los textos. Tras esto se definían los altos y anchos de las columnas, márgenes y los intercolumnados, el tipo de letra y su altura; tras esto se debía decidir si los libros de los que se componían las obras se escribían en la misma cantidad de rollos o si se iba a modificar la edición, ya que podía haber reediciones de las obras en otros formatos, por ejemplo copiando el contenido de rollos en códices, con el consiguiente ahorro de materia escritoria.

Sobre el modo de producción, las noticias son contradictorias. No se sabe si para la copia de una obra trabajaba una persona o si trabajaban varias al mismo tiempo. Marcial relata la forma de producir copias en el taller de Ático, que era mediante dictado a una sala repleta de copistas, pero esto no lo sostienen otros autores.

En cuanto a la velocidad de producción tenemos una referencia de Marcial, quien comenta que un copista tardaba una hora en copiar su libro segundo que contaba con unas 3.500 palabras, “quod haec una peraget librarius hora”.

Si pensamos en el tamaño de la tirada, tenemos un ejemplo de Plinio, donde en sus cartas describe una para una obra de unos mil ejemplares. Lógicamente, para obras muy demandadas o de autores muy conocidos éstas serían más elevadas.

Calcular bien la tirada desde siempre ha sido de vital importancia, pues la materia escritoria resultaba cara tanto en su precio como en su gestión, pues abulta

Calcular mal la tirada al alza o q muy corta podía ocasionar graves problemas. Si se hacía una estimación al alza, había que dar salida a esos ejemplares que no se hubieran vendido; para ello podían venderse los libros en provincias. Otra posibilidad consistía en vender los rollos como material escolar para escribir por la cara en blanco. En el peor de los casos, los rollos se podían quemar.

Como se comentó anteriormente, al copiar libros se podían cometer errores. Para solucionar los errores cometidos por los copistas había un corrector que revisaba las copias sirviéndose de un ejemplar de la obra de cuya calidad no se dudara. Así mismo, también era habitual que el autor revisara algunas copias que luego regalara, pero nunca haría una revisión de toda la tirada.

Sabemos que los libros podían ser copiados y vendidos sin el consentimiento del autor, recordando a Símaco, “Oratio publicata res libera est”. En este tipo de copias pirata no era habitual que los copistas pusieran excesivo celo al reproducir la obra, siendo muy fácil que los textos se desvirtuasen con facilidad llegando a ser inservibles;

Sobre las características formales de los libros, los tipos de papel usados para la edición de libros fueron Claudia, Livia, Augusta o Hieratica. El ancho de las columnas solía ser constante a lo largo de toda la obra y se intentaba que ésta fuera recta, aunque con una ligera inclinación hacia la izquierda.

Se sabe gracias a Marcial que había ediciones de lujo y ediciones básicas aunque no aclara bien en qué se diferenciaban estos formatos, pero sí dice que era “pulido y adornado con púrpura” y que costaba de 5 denarios (20 sestercios).

Además de esto, el tipo de encuadernación, el tipo de letra con la que se escribía el texto, la policromía por lo menos en los títulos, la fidelidad de los textos, la posibilidad de que estuviera ilustrado, la aparición de esticometría o la presencia de aceite de cedro con el que se untaba el papiro para protegerlo de los insectos.

En lo relacionado con el precio de una obra, éste podía variar por factores intrínsecos que ya hemos referido, pero había también factores externos, la ley de oferta y la demanda (pues cada librarius tenía solo cierto número de obras y algunos librarii viajaban de ciudad en ciudad) o como afirma Frontón en el S. II d.C., el prestigio de los autores o el nombre del librero que vendía y aseguraba la fiabilidad del texto. Marcial, da el precio de un libro de lujo valorado en cinco denarios (veinte sestercios), una edición barata en cuatro nummi, y un original de autor, en este caso concreto Virgilio, unos veinte áureos (dos mil sestercios).

7. CONCLUSIONES

Hasta aquí se ha explicado brevemente cómo estaba organizado el sistema editorial en el Imperio Romano en los principales centros culturales, que eran Roma, Alejandría y Atenas; más difícil es extrapolar la información que nos dan las fuentes al resto del Imperio.

A diferencia de otras industrias del Imperio, no existían oficinas con sedes en varias ciudades que trabajaran de una manera uniforme, sino que los librarii se establecían en un lugar o se trasladaban buscando mejores oportunidades de negocio. A todo esto hay que añadir que no existía una regulación imperial sobre la venta de estos productos ni una formación estardard, por lo que se puede decir que el mercado del libro no estaba muy asentado pero podía, por lo menos en grandes ciudades, cubrir las necesidades de sus clientes potenciales de una sociedad eminentemente agraria.

Autor:

Francisco J. Alonso López
Museo Nacional de Arte Romano. Biblioteca (Mérida. Badajoz. España)

Resumen de la conferencia ofrecida por el autor en el Museo Nacional de Arte Romano el 5 de noviembre de 2009.

Se ruega a toda persona interesada en tomar notas de este trabajo que amablemente pone a nuestra disposición su autor para su difusión general, que se haga referencia a ella. Los metadatos recomendados son los siguientes:
Autor: ALONSO LÓPEZ, F.J.
Título: "La producción y la distribución de libros en el Imperio romano".
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Fecha del acceso (AAAA/MM/DD).

A. Sánchez Mairena
Editor de Cartularios Medievales.