10 marzo, 2018

¿Qué está ocurriendo con la calidad de las traducciones al español? ¿Hispanofobia o mera falta de calidad?

What is happening with the quality of translations into Spanish? Hispanophobia of mere lack of quality?
Que se passe-t-il avec la qualité des traductions en espagnol? Hispanophobie ou simple perte de qualité?

Recientemente he leído un excelente y juicioso comentario del profesor emérito Antonio Piñero Sáenz (1941-) acerca de la publicación de la edición al español del libro La riqueza, la cáida de Roma y la construcción del Cristianismo en Occidente (350-550). La Iglesia y el dinero (IV) (964), del autor irlandés Peter Brown (1935-). Una impresión sobre este libro por Antonio Piñero en su 'blog' Tendencias21.

Las reflexiones a que me refiero las leí en el perfil que el profesor Piñero difunde en
Facebook. Me ha llamado mucho la atención de estas interesantes notas las advertencias sobre determinadas heteredoxias que se pueden apreciar a partir de la traducción y lectura de la obra de referencia, no por la inexperiencia del autor y ni del traductor, sino acerca de determinados fenómenos editoriales, metodológicos y conceptuales que comienzan a ser muy frecuentes. Personalmente me ha llamado la atención los siguientes:
  • Contaminaciones acríticas de la lengua inglesa.
    http://bit.ly/2txvhm2
  • Trazas de traducciones que recuerdan a los productos electrónicos en los que intervienen máquinas.
  • Los riesgos del exceso de bibliografía citada.
  • Relajación de las normas de edición en español.
  • Olvido en el índice del descriptor Hispania a pesar de que las referencias en la obra a esta realidad histórica son muchas en número, mientras que sí aparece la entrada Bitannia, a pesar de que es citada en menor grado en el desarrollo del libro. 
Este último punto lo observo últimamente mucho en los libros y artículos que se produce en el ámbito del hispanismo anglosajón, así como en muchos autores españoles y portugueses que buscarían su reconocimiento, citando en lugar de Hispania o España a Iberia, casí negando la existencia histórica ambas realidades: ¿tendencia historiográfica, deconstrucción de la Historia de España, teleología, devaluación de la metodología historiográfica en el presente?

Dada la importancia de las reflexiones de Antonio Piñero a que me refiero, voy a copiar literalmente a continuación sus palabras, recordanto a otros lectores que vayan a usar o reutilzar este artículo de mi 'blog', que lo tenga en cuenta a la hora de citarlo. Las referencias están incluidas mediante enlace al principio. A veces he detectado que existen publicaciones electrónicas que recompilan mis artículos de Cartulariosmedievales mediante máquinas o robots, principalmente diseñados en Argentina y otros países iberoamericanos, que se apropian de mis artículos y los reeditan en nuevos entornos digitales, donde la cita y enlace a la autoría y a este blog están ausentes. 

Escribe Antonio Piñero acerca de la reciente publicación española del libro de Peter Brown:
Notas sobre la traducción al español La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550). La Iglesia y el dinero (y XV) (975)
Escribe Antonio Piñero 
Y vuelvo a mi sentencia principal: la presente versión al castellano de obra de
Brown aunque es buena no la califico de “muy buena” por tres razones. La primera, porque los vocablos castellanos están a veces mal escogidos: ¿por qué repetir una y otra vez (incluso en lamentables casos de rimas internas o repetición de vocablos) la palabra “renunciación” cuando tenemos su homóloga y mejor sonante “renuncia”? Pues porque el inglés dice renunciation. ¿Por qué
http://bit.ly/2Fn6Pcq
utilizar continuamente “preservar” cuando el español (pero no el inglés) distingue perfectamente entre “conservar” (por ejemplo, la riqueza) y “preservar”? Porque el inglés utiliza siempre to preserve y no tiene otro verbo. ¿Por qué olvidar el inefable vocablo “hincapié” para repetir hasta la náusea la palabra “énfasis”?. Porque el inglés tiene una palabra homófona. Y no digamos el uso de la palabra “servicio” por el correcto “oficio” religioso: porque el inglés emplea service. Son casos de transcripciones ad litteram, no de una verdadera traducción. Antes citamos el caso de la diferencia entre “un sentir común” y “el sentido común”. El resultado es que a menudo el texto que se lee suena ineludiblemente a inglés (anglicum sapit), y –creo– una buena regla para juzgar una versión es que no se sepa el lector que lo que está leyendo ha sido escrito en otra lengua.
En segundo lugar, porque hay algún que otro pasaje del libro (aparte de alguno con preposiciones equivocadas) que no se entiende bien. No me detendré mucho aquí, sino que pondré solo un ejemplo. Hablando de Escipión el Africano, brillantísimo hombre de armas pero austero y sin fortuna personal, se afirma que obtuvo los honores del triunfo, y se comenta: “Tales palabras fueron escritas en un texto algo formal. Pero si el mensaje de Agustín llegó a circular en su propio monasterio, seguramente por primera vez un artesano (o una artesana) de Hipona se habrá encontrado en relación con el general más grande de Roma”. Tuve que leerlo un par de veces para entenderlo, ya que el texto parece como traducido por un ordenador. Aun sin tener el texto inglés delante ante mis ojos, diría en primer lugar que en buen castellano no se utiliza normalmente el sintagma “un texto algo formal”, que chirría al oído, sino que para que se entienda bien habría que escribir “un texto redacto en estilo un tanto formalista”, o algo parecido. Y lo que sigue sería: “Seguramente por vez primera un artesano, o artesana, de Hipona se veía considerado al mismo nivel que el general más grande de Roma”. 
 Y la tercera razón es que debemos ser cuidadosos con la manera de citar y escribir siguiendo las normas de la ortotipografía española, publicadas por la Real Academia. Me cuesta comprender por qué se cita correctamente, por ejemplo, Lc 13,58 (con coma), pero al lado aparece otra del tratado De Genesi ad litteram (de Agustín) como 11.15.19 (con tres puntos). Ahora se suele escribir el precio de un artículo en el escaparte de una tienda, por ejemplo, como 11.50, cuando desde décadas al menos hemos utilizado el sistema alemán que separa los decimales con una coma y no con un punto. Todo por influencia masiva del inglés y la falta de reflexión. Otro ejemplo afectaría al uso desbocado de las mayúsculas en este libro. La norma actual es utilizarlas cuanto menos mejor. Pero en nuestro libro se emplean desconsideradamente y suele transcribir, por ejemplo y a la manera inglesa, lo siguiente: “La bondad de Dios y Su misericordia manifestada en Sus acciones…”, cosa que se nos antoja cuanto menos como muy raro. Se nota que esas frases no están pensadas en español. Otro caso es el uso indebido de guiones como el “Pseudo-Jerónimo”, por el correcto Pseudo Jerónimo, sin más, y otros diversos casos. No me extraña que algún día escribamos “auto-móvil”.
No deseo que estas críticas empañen la labor de la traductora, Agustina Luengo (a propósito: ¡bien por el Editor al situar su nombre en la cubierta y en la portada del libro!). Me permito insistir en que su tarea ha sido desempeñada con dignidad, pero le ha faltado el tiempo para repasarla y pulirla aún más, y en algún caso el haberse dirigido a un especialista como en el caso indicado del extraño y aparente masculino “Eustoquio”. 

Una palabra sobre la Bibliografía: es inmensa, 107 páginas. Se nota, sin embargo, que el autor no ha acumulado obras y obras para impresionar al lector, pues en la lista sólo aparecen las que son citadas, al menos una vez, en el texto. Tanto ahí como en las notas a pie de página, Peter Brown emite juicios rápidos sobre el valor de muchas de esas obras, lo cual tiene su mérito y es un riesgo que solo corre quien camina con paso seguro. Es verdad que cualquier hábil falsificador puede citar la idea, o tesis central, de un autor valiéndose de los instrumentos bibliográficos al uso, o de los resúmenes de los artículos en sus primeras páginas, pero es mucho más difícil citar ideas de un autor para construir una hipótesis interpretativa compleja sobre un personaje o hecho, que es lo que a menudo hace Brown. 

No puede decirse, pues, que el volumen presente no esté construido en permanente diálogo con la bibliografía actual, ya que el autor demuestra manejarla con soltura. Hay poca bibliografía española, incluso sobre temas de Hispania, en la que esta aparece casi únicamente en obras dedicada a las Galias y territorios conexos, lo que es una pena ya que –al parecer– Peter Brown entiende la lengua española. Habría que pensar si trata de la mera obediencia ciega al axioma Hispanicum est non legitur (“Está escrito en español, luego no se tiene en cuenta”), o bien que los Abstracts en inglés, que anteceden normalmente los muchos artículos sobre el “Bajo Imperio en Hispania” en las revistas y obras españolas, no tienen la debida difusión. Sí agradezco, y mucho, a la traductora el que se haya tomado la molestia de señalar las versiones españolas de las fuentes primarias cuando le ha sido posible. 

Y finalmente mi valoración del “Índice de materias y nombres”: es también amplio (pp. 1150-1224) y útil, pero en él no encuentro el lema (o “voz”; diría aquí que el vocablo “entrada” es un mero anglicismo, que supone, como a menudo, ignorancia de la riqueza y uso de la propia lengua) “Hispania”…, y eso que hay unas sesenta menciones a ella en el libro, y en algún caso, como en el de Prisciliano, o los concilios de Elvira y de Toledo en más de una página seguida. Estoy casi seguro que un catedrático de Princeton no es el autor de este Índice, sino que está confeccionado por alguno de sus ayudantes. Sugiero la hipótesis de que el sujeto que lo hizo no tenía ni idea de dónde estaba Hispania, que seguramente confundió con la patria antigua de los denostados hispanos en los Estados Unidos. No tenía importancia registrarla. Pero naturalmente sí “Britania”, aunque en la obra tenga una presencia muchísimo menor. Es un fallo muy serio debido al elevado número de veces que aparece este vocablo en el texto. Pienso que el editor español debió de haber observado esta ausencia, pues para nuestros lectores el tema es de importancia. ¿Se podría quizás haberlo subsanado, amén de enviar una queja al editor norteamericano? Habría sido interesante, además –por parte del autor o del primer editor; no lo sé–, el haber añadido una tabla cronológica con los emperadores y autores importantes mencionados en la obra. En ciertos momentos, debido al enorme jaleo que supone para los lectores normales el baile de césares y emperadores de la época, ayuda mucho al lector a situarse. 

Y dejo las nimiedades para volver a la grandiosidad del conjunto: ha sido un tiempo espléndido el empleado en leer un par de veces este generoso volumen de Peter Brown. He aprendido muchísimo con su obra; se me han abierto los ojos, y en algunos momentos he empezado sencillamente a ver. Me declaro sin pudor admirador suyo, y no solo de su talento histórico, sino también de su buen hacer literario. Merece, y mucho, la pena el esfuerzo de haber traducido al español, y con nobleza, esta obra de veras monumental.

Ya sí termino esta larguísima reseña. 

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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Autor post Alfonso Sánchez Mairnea
editor http://cartulariosmedievales.blogspot.com.es