25 enero, 2008

FRAGMENTOS SOBRE CARTULARIOS DE CATEDRALES Y MONASTERIOS

Text Pieces from “The Cartularies of Cathedrals and Monasteries of Spain in the Middle Age”, of F. Nabot y Tomás. Barcelona: Print of A. Ortega, 1924.

Los Cartularios de las Catedrales y Monasterios de España en la Edad Media, de Francisco NABOT y TOMÁS. Barcelona: Imprenta de Ángel Ortega, 1924.

Un clásico de divulgación hizo una vez la presentación de la relectura de una obra conocida, interpretándola desde el nuevo punto de vista que posibilita la amplitud de miras de las sucesivas generaciones. En este caso, que esperamos continuar en sucesivas ediciones de artículos en Cartularios Medievales, vamos a recuperar fragmentos de obras que consideramos de interés para el lector interesado en los cartularios medievales, uno de los aspectos más interesantes de la civilización medieval y de sus manifestaciones culturales documentales.

Estos fragmentos rescatarán partes de obras famosas y muy difundidas en su día, en lo que ahora, en el tradicional mundo de la cultura analógica, denominamos de la divulgación del libro y de los artículos impresos. No se busca ninguna originalidad, sino rescatar lecturas de obras signifcativas sobre códices, cartularios, archivos, instituciones y documentos del medievo hispánico.

En este caso vamos a acercarnos a un clásico del estudio de los códices y cartularios hispanos, ámbito que tuvo un gran desarrollo tras la desamortización del siglo XIX y la constitución de la red de archivos históricos nacionales, fruto en gran medida de bibliotecarios eclesiásticos, archiveros y bibliotecarios del ahora centenario Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y profesores de las principales Facultades de Filosofía y Letras. No merecen olvidarse los trabajos de los Padres Flórez y su continuador el P. Risco en el siglo XVIII; F. Nabot y Tomás, que ahora nos ocupa en Cataluña; las de Ángel Canellas, las de Tomás Muñoz y Romero, Claudio Sánchez-Albornoz; José Villaamil y Castro, y A. López Ferreiro en el ámbito gallego, José Mattoso en Portugal, J. M. Eguren; el hispanista francés L. Barrau-Dihigo... y muchísimos otros. Son autores cuyas aportaciones permanecen accesibles en los ejemplares conservados de sus obras y fueron la base de las dos generaciones posteriores de estudiosos y profesores universitarios a los que debe mucho la actual comunidad investigadora, nos referimos a la generación de la posguerra y sus continuadores hasta el presente.

Es hora de quitarnos el velo traslúcido del calificativo de rancio con que las últimas generaciones amenazamos con llevar al olvido a obras, cuya relectura nos recuerda una gran experiencia de conocimientos difundidos en su día con los que aún debemos contar. Nunca como antes, nuestra generación se había enfrentado a dos paradojas de nuestra cultura o civilización moderna. Por un lado, que nunca como antes habíamos tenido a nuestro alrededor tantas fuentes de información, pero su cantidad y vertiginosa producción diaria influyen sobremanera en nuestra incapacidad para su cotidiana asimilación y el procesamiento de los mensajes, en muchos casos debido a la influencia o mimetismo al que nos somete la supervivencia a corto plazo en este mundo de contínuos cambios que amenaza siempre con desfasarnos de un día para otro. Por otro lado, nunca como antes, tras unos doscientos años de investigación crítica y científica a partir de la Ilustración del siglo XVIII, hemos estado tan cerca de convertirnos en continuos redescubridores del Mediterráneo tras tres mil años de civilización.

Esta paradoja solo podría ser superada si dedicamos una parte de nuestro tiempo a releer obras clásicas, cuya experiencia nos enriquecerá, al igual que la experiencia de las memorias de toda una vida o la narración de las vicisitudes de un prolongado viaje las adquirimos en pocas horas de lectura.

Pasemos ahora a leer diferentes fragmento de las ideas de F. Nabot sobre los cartularios hispanos. En esta obra leemos ideas, clasificaciones y consideraciones que hoy día tenemos asumidas como obvias, pero a veces olvidamos el origen de las mismas, o al menos, de otros investigadores que, en muchos casos, observaron ya lo mismo que nosotros lo hacemos actualmente.

Esta obra sigue funcionando hoy día como un verdadero manual de los cartularios en España. No hay otro... de momento.

Códices, cartularios y registros

(...) La Bibliografía y la Paleogafía bibliográfica estudian las diversas clases de manuscritos o códices en sus caracteres extrínsecos e intrínsecos, en su forma material y en su fondo o esencia. El doctísimo D. José M.ª de Eguren, en su preciosa “Memoria descriptiva de los Códices notables conservados en los archivos eclesiásticos de España”, obra premiada por la Biblioteca Nacional, en el concurso público de Enero de 1859, divide los Códices en nueve secciones:

Códices Bíblicos.
Códices Litúrgicos.
Códices Canónicos.
Códices de obras de los antiguos Padres de la Iglesia.
Códices de Jurisprudencia civil.
Códices de Literatura profana.
Códices de Ciencias exactas, físicas y naturales.
Códices históricos; y
Tumbos, Becerros y Cartularios.

La sección novena puede y debe ampliarse. Existen en nuestros archivos una serie de códices o manuscritos semejantes o relacionados con los “Tumbos”, “Becerros” y “Cartularios”. Nos referimos a los “Registros Reales”. “Registros de la fe pública”, “Cabreos”, “Lumen domus”, “Indices de documentos”, “Necrologios”, “Obituarios”, etc., etc. Todos estos manuscritos son de orden administrativo y hacen referencia, por consiguiente, desde distintos puntos de vista, al gobierno y régimen de las respectivas Catedrales y Monasterios que los poseen o han poseído. Por ello, pues, denominamos toda esa serie de manuscritos de carácter documental con el título o epígrafe de “Códices diplomáticos”. (...) [pág. 5]


Las dificultades de la investigación... Aún nos es familiar

(...) Limitamos nuestro estudio a los “Códices diplomáticos”, es decir, a aquellos que contienen documentos o índices y extractos de documentos de cualquier índole. No trataremos de todos los “Códices diplomáticos”, sino únicamente, de los llamados“Cartularios”, “Becerros” y “Tumbos”. Dentro de esta agrupación, nos fijaremos solamente, en los de las Catedrales y Monasterios, dejando para otra ocasión, el estudio de los Bularios Pontificios, de los Cartularios reales y de los Cartularios de distintas corporaciones, p. e., de las Universidades, Ayuntamientos, Ordenes Militares, etc. Aún concretándonos a los solos Cartularios eclesiásticos, a los de las Catedrales y Monasterios, nuestra labor será elemental e inconpleta, por la abundancia de dichos materiales diplomáticos, por su grande importancia y por lo difícil de la investigación en archivos y bibliotecas, la cual exige tiempo y medios de que no disponemos. (...) [págs. 7-8]


Concepto de cartulario

... La palabra “Cartulario” puede tomarse en la acepción antes explicada, esto es, códice o registro en que se copiaban íntegramente o en extracto los documentos recibidos por las Iglesias, Monasterios, ciudades, etc., que es la acepción más propia y corriente y también en otra más amplia, admitida y confirmada por los eruditos contemporáneos, según la cual, constituyen el Cartulario de una entidad ya eclesiástica ya civil, el conjunto de documentos y escrituras a ella concernientes, aún cuando provengan de fondos distintos, ora sean unas antiguas y otras de épocas posteriores. En otras palabras: también se entiende por Cartulario de una Iglesia, de un Monasterio, de una Corporación dada, toda la serie de pergaminos y documentos en papel, a los mismos dirigidos, en diferentes años y siglos, y por tanto, en distinto lenguaje y diferente paleografía [¿lejano eco del “chartrier” francés?]. No hay otra diferencia, por consigueinte, entre uan y otra acepción, sino que la primera indica copia o traslado de los originales a un libro dado, en una misma letra y tiempo seguido; mientras que la segunda se refiere a todos los documentos sean o no originales, pero sueltos y desligados, pertenecientes a una misma corporación. Bien se comprende, después de lo dicho, que de la propia manera que, en diferentes siglos, se han copiado los documentos originales en libros adecuados y que, en épocas distintas, han vuelto a copiarse los Cartularios o libros de documentos, así también, podríamos ahora formar Cartularios diversos con solo copiar o imprimir las escrituras sueltas de una Iglesia o Monasterio en un mismo libro. Los benedictinos de Silos han aplicado esta acepción amplia de la palabra cartulario, en una preciosa colección documental, publicada por el ilustre paleógrafo y religioso de la Orden, P. Férotin. Para formarla, se sirvieron estos religiosos del Cartulario silense y luego de una serie de diplomas relativos a Silos, existentes unos en el Archivo de dicho Monasterio, y otros en los archivos Histórico Nacional, de las Catedrales de Burgos y Burgo de Osma y en el particular de los Duques de Frías. El P. Serrano, Abad actual del propio cenobio, acepta las dos aceptciones de la palabra cartulario, ya que su “Becerro Gótico de Cardeña” es impresión del manuscrito que posee la familia Zabálburu, de Bilbao, mientras que su “Colección Diplomática de San Salvador de El Moral” está integrada con diversos documentos procedentes del Becerro de este Monasterio y con otros pertenecientes a los archivos de Burgos, Silos y Palenzuela; y su “Cartulario de Covarrubias” está integrado con fondos de los archivos Abacial, Colegial y Municipal de dicha población. (...) [págs. 10-11]

La autoría

(...) "En algunos Cartularios se consignaba el tiempo en que comenzaba y el en que terminaba su redacción, así como también el nombre de los copistas y el del Obispo, Abad o persona que mandaba hacerlos. En los más se omitían estas indicaciones. Modestos y humildes aquellos obreros de la ciencia, no cuidaban de su fama.” (...) [pág. 20]

(...) "En los propios Cartularios, a veces en sus comienzos, otras en el contexto documental o en sus últimos fólios, se contienen en algunos casos, curiosas indicaciones del porque de su formación y existencia. El Cartulario del Cabildo de la Catedral de Laón fue formado por el Canónigo Jacques Pantaleón o Jacques de Troyes con considerable número de preciosos privilegios y títulos de propiedad de aquella Corporación eclesiástica. Es muy digno de anotarse que el autor de este Cartulario ocupó el solio pontifico desde 1261 a 1265 con el nombre de Urbano IV. Es una hermosa obra caligráfica dicho Códice diplomático. Comienza así: . Este largo prólogo es interesantísimo : en él, el canónigo futuro papa, hace conocer la razón, la utilidad, la división y plan del Cartulario y la manera de descubrir fácilmente lo que se desea hallar. (Véase “Revue des Bibliothèques”, Paris, 1901)”. (...) [págs. 23-24]

El Cartulario crónica

(...) Los Cartularios, por regla general, sólo contienen copias de documentos. Sin embargo, no es raro encontrar el algunos de ellos disertaciones históricas, noticias biográficas, datos cronológicos, listas de Pontífices, Prelados, Abades, Reyes, Protectores, etc. En este caso dichos códices participan del carácter de Crónicas y son llamados “Cartularios crónicas”. Como de esta clase podemos citar el “Tumbo del Real Monasterio de San Martín de Castañeda”, de la Orden Cisterciense, en el “Archivo Histórico Nacional”. Además de la parte diplomática, contiene curiosas noticias sobre la jurisdicción del Monasterio y datos biográficos de religiosos de la misma Orden (año 1714); el “Cartulario del Monasterio de Fitero”, de la misma Orden que el anterior y también guardado en el “Archivo Histórico Nacional”, llamado vulgarmente “Libro Naranjado”, contiene, además de la serie documental, un Catálogo de sus abades y monjes y noticias de sus Bulas, Privilegios y Rentas. Lo formó el archivero del Monasterio Fray Juan Bautista Ros en 1628. El Sr. Giry en su antes citada obra (pág. 29), presenta como ejemplos de “Cartularios crónicas”, entre otros, los de Saint-Bertin de Saint-Omer, escrito en 962 por el monje Folquin, el “Liber reparatione chartarum” de la abadía de “Saint-Chaffre de Moustier” (siglo XI) y los de la Catedral de Grenoble (s. XI), formados por el Obispo Saint Hugues para reconstituir el patrimonio de su Iglesia.” (...) [págs. 22-23]

Origen de los cartularios... ¿los “Chartarum tomi” del siglo VI?

(...) Difícil es señalar el origen de los Cartularios. Deben datar de época muy antigua. Si las invasiones goda y musulmana no hubiesen destruído, junto con otras causas, los preciosos y cuantiosos archivos de las épocas romana y visigoda, probablemente podríamos admirar y estudiar códices diplomáticos de aquella época. Desde luego puede asegurarse sin temor de engañarse que debió haberlos en los tiempos visigodos. En dicha época fueron notabilísimas, entre otras muchas, las escuelas literarias de Dumio y Braga, de las cuales fue alma y apóstol el abad y obispo San Martín Dumiense o Bracarense, la de Palencia, regentada por Conancio; la de Cartagena, por su obispo Liciniano; la de Sevilla, por sus arzobispos San Leandro y San Isidoro; la de Zaragoza por los prelados San Braulio y Tajón; la de Barcelona, por Quirico, su obispo; y la de Toledo, por los Santos Eugenios, Ildefonsos y Julianes. Estos insignes Prelados, acrecentaron el caudal científico que se había salvado después de la invasión de los Bárbaros. La ciencia y las letras brillaron esplendorosamente gracias a sus talentos y a la protección que las dispensaron siempre. Por su iniciativa se copiaron, cambiaron o compraron multitud de manuscritos con el mayor esmero, con una pulcritud y arte verdaderamente admirables. El carácter de letra toledano y el denominado isidoriano ponderan claramente la limpieza y el primor de los códices que se redactaban o copiaban. Las “Etimologías” de San Isidoro, especialmente, se copiaron con profusión, no habiendo catedral ni monasterio de España que no poseyesen de ellas uno o dos o más ejemplares, siendo no pocos los Archivos y Bibliotecas de Francia, Italia y Alemania que poseían, guardándolas como verdadero tesoro, la famosa enciclopedia del insigne Arzobispo hispalense. Pues bien, el mismo orden que admiramos en la organización espiscopal, catedralicia y cenobial, en los tiempos de la reconquista, que conocemos mejor, por haberse conservado códices y documentos, hemos de suponerlo en el régimen de las Iglesias y Sedes Episcopales y en el de los Monasterios que existían y florecían durante el período de la Monarquía gótica. Ninguna otra nacionalidad coetánea de la visigoda iguala a ésta, en el orden literario. Las relaciones entre los egregios Prelados citados y los Sumos Pontífices y Reyes y Príncipes y otros dignatarios eran contínuas. Bien puede suponerse, por consiguiente, que se vieron ellos y las Catedrales y Monasterios favorecidos con numerosos Privilegios y con las concesiones y otorgamientos de muy diversas personas. Como timbres de gloria guardaba la Iglesia sus manuscritos. Lo propio hacía con los documentos. Siendo éstos tan en número, claro está que tenían que clasificarlos y ordenarlos y de pensar es que debieron copiarlos, cuando menos los más interesantes y principales, en libros grandes, con los cuales se asegurase su manejo y conservación. San Gregorio de Tours en el siglo VI y el Venerable Beda y otros autores, nos hablan de “Chartarum tomi”, en el sentido de Cartularios. El docto Dom de Vaines, religiosos benedictino de la Congregación de San Mauro, en su “Dictionnaire raisonné de Diplomátique”, Paris, 1774, (t. I, pág. 227), afirma que el origen de los Cartularios puede establecerse en el siglo 8º, pues en los “Ann. Benedict.” (2, p. 145) se indica que un monje del Monasterio de Fontenelle, que murió en 749, transcribía en un libro cartas de donación. Mabillón, insigne autor de la obra “De re diplomatica libri sex” (Paris, 1681), (lib. I, cap. 2, págs. 7 y 8 y lib. 3, págs. 235 y 237), manifiesta que el monje Folcuin, de la Abadía de San Bertín, que vivía a finales del siglo X es el autor del Cartulario más antiguo de Francia. En España no se conserva ningún cartulario anterior al siglo X. Los que subsisten, son del siglo XI al XIV, por regla general. Los hay de siglos posteriores pero casi siempre suelen ser copias de otros más antiguos. De la mucha antigüedad de los Cartularios eclesiásticos de España de testimonio la escritura de restauración del Monasterio de Samos, otorgada en 934, en la cual se manifiesta que las escrituras de dicha casa se hallaban en el tesoro de San Salvador de Oviedo: “Por lo cual el restaurador Don Berila envió monjes al rey D. Fruela, a Oviedo, para pedirle el “Cartulario”, a lo que accedió de acuerdo con el obispo Don Oveco, enviándole a Don Berila con un libro de los Morales el tal Cartulario, en el que había cincuenta y nueve cartas...” (P. Risco, t. XL, España Sagrada; y Villa-Amil y Castro: “Los Códices de las Iglesias de Galicia en la Edad Media”, Madrid, 1874). Es este un testimonio que acredita la antigüedad de los Cartularios en nuestra patria”. (...) [págs. 11-13]

Cartularios y abreviaturas

(...) “Los Cartularios, en su gran mayoría, son del siglo XII al XIV. Coinciden con el esplendor de las letras francesas y de privilegios. Así se explica, pues, que el mucho tiempo que requería el trazado de la letra de dichos códices y la mucha materia escriptoria que se empleaba se compensasen con las muchas abreviaturas. En los Cartularios de los referidos siglos se pueden estudiar perfectamente los sistemas braquigráficos. Los copistas abreviaban las palabras ordinariamente siempre de la misma manera. Podían declinarse y conjugarse abreviadamente los nombres y los verbos. Las mismas clases de abreviaturas que observamos en los documentos en general vemos en estos códices medioevales. He ahí las abreviaturas en uso en los mismos: Sigla, apócope y síncopa; signos generales y especiales de abreviación. De estos últimos unos representan una letra, otros una sílaba, otros toda una palabra o frase. Letras sobrepuestas, ya vocales, ya consonantes; letras enlazadas, encajadas y conjuntas y por fin letras numerales. Con las escrituras de albalaes y sobre todo con las cortesanas y procesales las abreviaturas disminuyen notablemente, siendo asimismo menos el número de los documentos en romance que en los en latín.” (...) [págs. 19-20]


NOTA. El ejemplar consultado ha sido el conservado en la Biblioteca del Centro Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. Al principio aparece una nota manuscrita del autor con una dedicatoria a Claudio Sánchez-Albornoz que dice así: “Al Ilustrísimo Sr. / Doctor Don Claudio Sánchez Albornoz, / Catedrático de la Universidad central y / de la Real Academia de la Historia. / El autor.”

Madrid, 24 de Enero de 2008

Alfonso Sánchez Mairena

Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos

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